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Es un honor para la Fundación Espinosa Rugarcía (ESRU) auspiciar esta segunda edición, corregida y aumentada, de Sierra Zapoteca, ensayo fotográfico realizado entre 1985 y 1995 por Jorge Lépez Vela que retrata, de manera magistral, la vida cotidiana de los habitantes y principales fiestas de 19 comunidades de la Sierra Norte de Juárez, Oaxaca. Esta edición incluye, además, otros cuatro libros con fotografías de mujeres, infancia, música y comunidad, producto de un archivo de 6,200 negativos de 35 mm en blanco y negro. La Fundación esru es una asociación civil creada en el año 2000 a partir del legado de Manuel Espinosa Yglesias, cuya misión es promover el desarrollo, mediante el acceso a la educación, en el sentido más amplio de la palabra, de los sectores de la población menos favorecida económicamente de nuestro país. Desde esta perspectiva, y sumándose al ya tradicional ánimo participativo del fotógrafo Lépez Vela, la Fundación esru compartirá, a través del Comité de Consulta de la Asamblea de Autoridades Zapotecas y Chinantecas (Azachis), ejemplares impresos de estos libro con las escuelas de la región y las personas o familiares de quienes en él aparecen, así como también con aquellos habitantes de la zona que están fuera de la sierra, distribuyéndolo en formato PDF a través de redes sociales. Estoy convencida de que la visión de nuestro país de quienes tengan el privilegio de observar con cuidado y leer este libro no será la misma cuando terminen de hacerlo que la que tenían al empezar. Amparo Espinosa Rugarcía Presidenta Fundación ESRU Estas comunidades conservan sus tradiciones y costumbres regionales, al mismo tiempo que muestran un acelerado proceso de transculturización por el flujo constante de los trabajadores que emigran a la capital del estado, el Distrito Federal y los Estados Unidos de América. Anteriormente, una vez al año, por lo menos, la mayoría de los zapotecas regresaban a sus comunidades de origen para celebrar las fiestas patronales. A lo largo del tiempo, han trasladado sus tradiciones y rasgos idiosincrásicos a sus nuevos lugares de residencia. Así, han preservado y revitalizado los vínculos que les une a su terruño y a su legado cultural. Esta serie de fotografías captura la cotidianeidad y las principales festividades que se realizan en diferentes localidades de la zona. Quise mostrar, en imágenes, la sensación que me dio el lugar que habitan, quiénes son y cómo viven los habitantes de las comunidades zapotecas. El sincretismo de dos culturas, la manera de cómo el poliéster, el cemento y la tecnología han tomado su lugar para identificarse con las costumbres y tradiciones milenarias de pueblos alejados espacialmente de las metrópolis. Este proyecto fue concebido como una de experiencia personal, con la idea de entrar en contacto con las comunidades zapotecas y aprender de ellas, tratando de evitar preconcepciones mistificadoras, tanto de las comunidades como de su entorno natural. De esta manera, eludía la tentación de retoc ar la realidad o distorsionarla, logrando, en mi opinión, captar las huellas marcadas por la miseria y los afanes modernizadores de la civilización oriental en la vida material y espiritual de los zapotecos. Jorge Lépez Vela Texto escrito en 1992 por Oliver Debroise para la exposición en el Instituto Frances para América Latina Jorge Lépez recorrió la sierra paso a paso, a pie las más de las veces, como sus predecesores, los sabios etnólogos del siglo pasado que disponían de todo su tiempo, de una vida entera, para dedicarse a sus investigaciones. En los montes peregrinos, lejos de las rutas del comercio del turismo, ahí donde no ha llegado supuestamente el frenesí moderno, las modas falsas, encontró sin embargo, el universo mutante del México del fin de siglo XX. No es la mejor paradoja : ahora que el fotógrafo antropólogo leyó a Levy-Straus, aprendió de su escepticismo y de sus autocríticas, perdió la transparente inocencia de los Frédéric Starr o de los Carl Lumholtz, ahora que se dispone a abordar al fenómeno indígena con desencantada ironía, resulta imposible encontrarlo. La conquista finaliza discretamente, ya no por violenta imposición, sino por anhelo propio de aquellos que intentaron hasta la fecha vivir en los márgenes, pero cuya sobrevivencia significa aprender a vivir como los demás, como los hombre de las ciudades. Jorge Lépez trashuma, entonces, por el mundo que algunos, en busca de un ideal que probablemente nunca existió imaginan ahora destruido. El simple hecho de asumir esta realidad, de comprobar que esta realidad no corresponde con la fotografía, hace toda la diferencia. En la sierra zapoteca, ya no hay indios tristes, miradas eternas, ni muros de adobe sobre os cuales llorar una pena infinita. El concreto bien barrido cubre las plazas que se antojaban de tierra apisonada, y los disfraces, en la noche de fiesta, se parecen cada vez más a estas peluches monstruosas que venden en estados Unidos para el Halloween. El radio comunal difunde noticias de otros mundos, y nuevos ritmos que las bandas ya aprendieron a tocar. Pero Jorge Lépez también avanza a tientas en este otro mundo que, a nosotros, habitantes de las ciudades, de los barrios limpios de las ciudades nos parece sorprendente, incomprensible. Un mundo de signos indescifrables y que, quizá, no vale la pena descifrar. ¿Acaso sirvieron de algo los pseudo estudios de las décadas pasadas? ¿Acaso la memoria se quedó para siempre en los libros? Por ellos Jorge se aparta diametralmente de los lugares comunes de la nostalgia fotográfica, de esta manera única, y no desprovista de cursilería, de preservar cierta imagen idealizada del México rural, del México folklórico. Esto incluye la manera misma de fotografiar: Jorge Lépez abandonó las reglas de un género (la fotografía indigenísta) que hasta hace muy poco aún imperaba. Es decir: no le interesa acumular en sus imágenes un máximo de información visual, con el fin de situar a los sujetos en su ámbito geográfico, social y étnico. Nada de poses esterotipadas, de detalles de indumentaria o de vestimenta. Menos aun fiestas, danzas, rituales. Sus fotografías, sin embargo, tampoco hacer el juego de una forzada artisticidad, no encajan estrictamente en esta poesía de lo mexicano que denunciaban en sus textos, hace ya varios años, tanto Carlos Monsiváis como Lourdes Grobet, pero sigue teniendo adeptos, y éxito en el ámbito internacional. Jorge Lépez evita los efectos, los manierismos, esta melcocha de luces y sombras graduadas que sitúa a los indígenas en el tiempo sin tiempo de su presupuesta condición existencial. Jorge Lépez parece fotografiar de prisa, sin pensar demasiado sus imágenes. No quiero decir con esto, que toma fotos sin pensarlas, sin meditarlas. La prisa proviene de, en este caso del movimiento, del intento de capturar algo quizás demasiado fugaz. Esto otorga a sus imágenes una apariencia de inestabilidad. Resulta a veces difícil disernir cuál es el objeto real de estas fotografías descentradas, vaciadas en su parte media (la que corresponde a su punto de interés), en la que los elementos compositivos y los personajes surgen en las márgenes, irrumpiendo de manera casi imprevista en la imagen. Curiosamente, esta manera de proceder –que quizás significa la timidez del autor ante el objeto impredecible– recuerda las angulosas composiciones de la fotografía constructivista de la época de las vanguardias, y particularmente, de las que realizaron los fotógrafos de la naciente Unión Soviética. En aquél entonces, las agresivas composiciones organizadas en base a fuertes diagonales, se ofrecía como metáfora de la dinámica de un mundo en (re) construcción. El paralelismo, quizás, no es del todo casual: Jorge Lépez, en efecto, fotografía un mundo negado durante varios siglos, y luego idealizado por la mirada ajena, pero que se descubre, finalmente a sí mismo, toma las riendas de sus destinos e inventa ahora los modos en que quiere ser visto y comprendido por los demás. Jorge Lépez describe el mundo rural de México en su última mutación, más desgarrado que nunca entre la poesía de lo intangible que lo ha caracterizado, y la nueva y cruda realidad de su reconstrucción. Sierra Zapoteca En 2022 recibió el apoyo de la Fundación ESRU para editar la Colección Sierra Zapoteca. En 1990 y 1991 recibió la beca para Jóvenes Creadores del Fondo nacional para la Cultura y las Artes. Se ha expuesto en la Ciudad de México, Veracruz, Oaxaca, México. Albuquerque y el Paso, EUA. Parte del trabajo se expuso en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey y en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, en la sección de fotografía de la exposición Hechizo de Oaxaca, curada por Graciela Iturbide, y en el festival Europalia 1993, Holanda; las fotos de estas dos últimas sedes se donaron al Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca. La exposición Sierra Zapoteca forma parte del acervo del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo en Oaxaca.
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Es un honor para la Fundación Espinosa Rugarcía (ESRU) auspiciar esta segunda edición, corregida y aumentada, de Sierra Zapoteca, ensayo fotográfico realizado entre 1985 y 1995 por Jorge Lépez Vela que retrata, de manera magistral, la vida cotidiana de los habitantes y principales fiestas de 19 comunidades de la Sierra Norte de Juárez, Oaxaca. Esta edición incluye, además, otros cuatro libros con fotografías de mujeres, infancia, música y comunidad, producto de un archivo de 6,200 negativos de 35 mm en blanco y negro. La Fundación esru es una asociación civil creada en el año 2000 a partir del legado de Manuel Espinosa Yglesias, cuya misión es promover el desarrollo, mediante el acceso a la educación, en el sentido más amplio de la palabra, de los sectores de la población menos favorecida económicamente de nuestro país. Desde esta perspectiva, y sumándose al ya tradicional ánimo participativo del fotógrafo Lépez Vela, la Fundación esru compartirá, a través del Comité de Consulta de la Asamblea de Autoridades Zapotecas y Chinantecas (Azachis), ejemplares impresos de estos libro con las escuelas de la región y las personas o familiares de quienes en él aparecen, así como también con aquellos habitantes de la zona que están fuera de la sierra, distribuyéndolo en formato PDF a través de redes sociales. Estoy convencida de que la visión de nuestro país de quienes tengan el privilegio de observar con cuidado y leer este libro no será la misma cuando terminen de hacerlo que la que tenían al empezar. Amparo Espinosa Rugarcía Presidenta Fundación ESRU Estas comunidades conservan sus tradiciones y costumbres regionales, al mismo tiempo que muestran un acelerado proceso de transculturización por el flujo constante de los trabajadores que emigran a la capital del estado, el Distrito Federal y los Estados Unidos de América. Anteriormente, una vez al año, por lo menos, la mayoría de los zapotecas regresaban a sus comunidades de origen para celebrar las fiestas patronales. A lo largo del tiempo, han trasladado sus tradiciones y rasgos idiosincrásicos a sus nuevos lugares de residencia. Así, han preservado y revitalizado los vínculos que les une a su terruño y a su legado cultural. Esta serie de fotografías captura la cotidianeidad y las principales festividades que se realizan en diferentes localidades de la zona. Quise mostrar, en imágenes, la sensación que me dio el lugar que habitan, quiénes son y cómo viven los habitantes de las comunidades zapotecas. El sincretismo de dos culturas, la manera de cómo el poliéster, el cemento y la tecnología han tomado su lugar para identificarse con las costumbres y tradiciones milenarias de pueblos alejados espacialmente de las metrópolis. Este proyecto fue concebido como una de experiencia personal, con la idea de entrar en contacto con las comunidades zapotecas y aprender de ellas, tratando de evitar preconcepciones mistificadoras, tanto de las comunidades como de su entorno natural. De esta manera, eludía la tentación de retoc ar la realidad o distorsionarla, logrando, en mi opinión, captar las huellas marcadas por la miseria y los afanes modernizadores de la civilización oriental en la vida material y espiritual de los zapotecos. Jorge Lépez Vela Texto escrito en 1992 por Oliver Debroise para la exposición en el Instituto Frances para América Latina Jorge Lépez recorrió la sierra paso a paso, a pie las más de las veces, como sus predecesores, los sabios etnólogos del siglo pasado que disponían de todo su tiempo, de una vida entera, para dedicarse a sus investigaciones. En los montes peregrinos, lejos de las rutas del comercio del turismo, ahí donde no ha llegado supuestamente el frenesí moderno, las modas falsas, encontró sin embargo, el universo mutante del México del fin de siglo XX. No es la mejor paradoja : ahora que el fotógrafo antropólogo leyó a Levy-Straus, aprendió de su escepticismo y de sus autocríticas, perdió la transparente inocencia de los Frédéric Starr o de los Carl Lumholtz, ahora que se dispone a abordar al fenómeno indígena con desencantada ironía, resulta imposible encontrarlo. La conquista finaliza discretamente, ya no por violenta imposición, sino por anhelo propio de aquellos que intentaron hasta la fecha vivir en los márgenes, pero cuya sobrevivencia significa aprender a vivir como los demás, como los hombre de las ciudades. Jorge Lépez trashuma, entonces, por el mundo que algunos, en busca de un ideal que probablemente nunca existió imaginan ahora destruido. El simple hecho de asumir esta realidad, de comprobar que esta realidad no corresponde con la fotografía, hace toda la diferencia. En la sierra zapoteca, ya no hay indios tristes, miradas eternas, ni muros de adobe sobre os cuales llorar una pena infinita. El concreto bien barrido cubre las plazas que se antojaban de tierra apisonada, y los disfraces, en la noche de fiesta, se parecen cada vez más a estas peluches monstruosas que venden en estados Unidos para el Halloween. El radio comunal difunde noticias de otros mundos, y nuevos ritmos que las bandas ya aprendieron a tocar. Pero Jorge Lépez también avanza a tientas en este otro mundo que, a nosotros, habitantes de las ciudades, de los barrios limpios de las ciudades nos parece sorprendente, incomprensible. Un mundo de signos indescifrables y que, quizá, no vale la pena descifrar. ¿Acaso sirvieron de algo los pseudo estudios de las décadas pasadas? ¿Acaso la memoria se quedó para siempre en los libros? Por ellos Jorge se aparta diametralmente de los lugares comunes de la nostalgia fotográfica, de esta manera única, y no desprovista de cursilería, de preservar cierta imagen idealizada del México rural, del México folklórico. Esto incluye la manera misma de fotografiar: Jorge Lépez abandonó las reglas de un género (la fotografía indigenísta) que hasta hace muy poco aún imperaba. Es decir: no le interesa acumular en sus imágenes un máximo de información visual, con el fin de situar a los sujetos en su ámbito geográfico, social y étnico. Nada de poses esterotipadas, de detalles de indumentaria o de vestimenta. Menos aun fiestas, danzas, rituales. Sus fotografías, sin embargo, tampoco hacer el juego de una forzada artisticidad, no encajan estrictamente en esta poesía de lo mexicano que denunciaban en sus textos, hace ya varios años, tanto Carlos Monsiváis como Lourdes Grobet, pero sigue teniendo adeptos, y éxito en el ámbito internacional. Jorge Lépez evita los efectos, los manierismos, esta melcocha de luces y sombras graduadas que sitúa a los indígenas en el tiempo sin tiempo de su presupuesta condición existencial. Jorge Lépez parece fotografiar de prisa, sin pensar demasiado sus imágenes. No quiero decir con esto, que toma fotos sin pensarlas, sin meditarlas. La prisa proviene de, en este caso del movimiento, del intento de capturar algo quizás demasiado fugaz. Esto otorga a sus imágenes una apariencia de inestabilidad. Resulta a veces difícil disernir cuál es el objeto real de estas fotografías descentradas, vaciadas en su parte media (la que corresponde a su punto de interés), en la que los elementos compositivos y los personajes surgen en las márgenes, irrumpiendo de manera casi imprevista en la imagen. Curiosamente, esta manera de proceder –que quizás significa la timidez del autor ante el objeto impredecible– recuerda las angulosas composiciones de la fotografía constructivista de la época de las vanguardias, y particularmente, de las que realizaron los fotógrafos de la naciente Unión Soviética. En aquél entonces, las agresivas composiciones organizadas en base a fuertes diagonales, se ofrecía como metáfora de la dinámica de un mundo en (re) construcción. El paralelismo, quizás, no es del todo casual: Jorge Lépez, en efecto, fotografía un mundo negado durante varios siglos, y luego idealizado por la mirada ajena, pero que se descubre, finalmente a sí mismo, toma las riendas de sus destinos e inventa ahora los modos en que quiere ser visto y comprendido por los demás. Jorge Lépez describe el mundo rural de México en su última mutación, más desgarrado que nunca entre la poesía de lo intangible que lo ha caracterizado, y la nueva y cruda realidad de su reconstrucción. Sierra Zapoteca En 2022 recibió el apoyo de la Fundación ESRU para editar la Colección Sierra Zapoteca. En 1990 y 1991 recibió la beca para Jóvenes Creadores del Fondo nacional para la Cultura y las Artes. Se ha expuesto en la Ciudad de México, Veracruz, Oaxaca, México. Albuquerque y el Paso, EUA. Parte del trabajo se expuso en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey y en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, en la sección de fotografía de la exposición Hechizo de Oaxaca, curada por Graciela Iturbide, y en el festival Europalia 1993, Holanda; las fotos de estas dos últimas sedes se donaron al Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca. La exposición Sierra Zapoteca forma parte del acervo del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo en Oaxaca.
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Es un honor para la Fundación Espinosa Rugarcía (ESRU) auspiciar esta segunda edición, corregida y aumentada, de Sierra Zapoteca, ensayo fotográfico realizado entre 1985 y 1995 por Jorge Lépez Vela que retrata, de manera magistral, la vida cotidiana de los habitantes y principales fiestas de 19 comunidades de la Sierra Norte de Juárez, Oaxaca. Esta edición incluye, además, otros cuatro libros con fotografías de mujeres, infancia, música y comunidad, producto de un archivo de 6,200 negativos de 35 mm en blanco y negro. La Fundación esru es una asociación civil creada en el año 2000 a partir del legado de Manuel Espinosa Yglesias, cuya misión es promover el desarrollo, mediante el acceso a la educación, en el sentido más amplio de la palabra, de los sectores de la población menos favorecida económicamente de nuestro país. Desde esta perspectiva, y sumándose al ya tradicional ánimo participativo del fotógrafo Lépez Vela, la Fundación esru compartirá, a través del Comité de Consulta de la Asamblea de Autoridades Zapotecas y Chinantecas (Azachis), ejemplares impresos de estos libro con las escuelas de la región y las personas o familiares de quienes en él aparecen, así como también con aquellos habitantes de la zona que están fuera de la sierra, distribuyéndolo en formato PDF a través de redes sociales. Estoy convencida de que la visión de nuestro país de quienes tengan el privilegio de observar con cuidado y leer este libro no será la misma cuando terminen de hacerlo que la que tenían al empezar. Amparo Espinosa Rugarcía Presidenta Fundación ESRU Estas comunidades conservan sus tradiciones y costumbres regionales, al mismo tiempo que muestran un acelerado proceso de transculturización por el flujo constante de los trabajadores que emigran a la capital del estado, el Distrito Federal y los Estados Unidos de América. Anteriormente, una vez al año, por lo menos, la mayoría de los zapotecas regresaban a sus comunidades de origen para celebrar las fiestas patronales. A lo largo del tiempo, han trasladado sus tradiciones y rasgos idiosincrásicos a sus nuevos lugares de residencia. Así, han preservado y revitalizado los vínculos que les une a su terruño y a su legado cultural. Esta serie de fotografías captura la cotidianeidad y las principales festividades que se realizan en diferentes localidades de la zona. Quise mostrar, en imágenes, la sensación que me dio el lugar que habitan, quiénes son y cómo viven los habitantes de las comunidades zapotecas. El sincretismo de dos culturas, la manera de cómo el poliéster, el cemento y la tecnología han tomado su lugar para identificarse con las costumbres y tradiciones milenarias de pueblos alejados espacialmente de las metrópolis. Este proyecto fue concebido como una de experiencia personal, con la idea de entrar en contacto con las comunidades zapotecas y aprender de ellas, tratando de evitar preconcepciones mistificadoras, tanto de las comunidades como de su entorno natural. De esta manera, eludía la tentación de retoc ar la realidad o distorsionarla, logrando, en mi opinión, captar las huellas marcadas por la miseria y los afanes modernizadores de la civilización oriental en la vida material y espiritual de los zapotecos. Jorge Lépez Vela Texto escrito en 1992 por Oliver Debroise para la exposición en el Instituto Frances para América Latina Jorge Lépez recorrió la sierra paso a paso, a pie las más de las veces, como sus predecesores, los sabios etnólogos del siglo pasado que disponían de todo su tiempo, de una vida entera, para dedicarse a sus investigaciones. En los montes peregrinos, lejos de las rutas del comercio del turismo, ahí donde no ha llegado supuestamente el frenesí moderno, las modas falsas, encontró sin embargo, el universo mutante del México del fin de siglo XX. No es la mejor paradoja : ahora que el fotógrafo antropólogo leyó a Levy-Straus, aprendió de su escepticismo y de sus autocríticas, perdió la transparente inocencia de los Frédéric Starr o de los Carl Lumholtz, ahora que se dispone a abordar al fenómeno indígena con desencantada ironía, resulta imposible encontrarlo. La conquista finaliza discretamente, ya no por violenta imposición, sino por anhelo propio de aquellos que intentaron hasta la fecha vivir en los márgenes, pero cuya sobrevivencia significa aprender a vivir como los demás, como los hombre de las ciudades. Jorge Lépez trashuma, entonces, por el mundo que algunos, en busca de un ideal que probablemente nunca existió imaginan ahora destruido. El simple hecho de asumir esta realidad, de comprobar que esta realidad no corresponde con la fotografía, hace toda la diferencia. En la sierra zapoteca, ya no hay indios tristes, miradas eternas, ni muros de adobe sobre os cuales llorar una pena infinita. El concreto bien barrido cubre las plazas que se antojaban de tierra apisonada, y los disfraces, en la noche de fiesta, se parecen cada vez más a estas peluches monstruosas que venden en estados Unidos para el Halloween. El radio comunal difunde noticias de otros mundos, y nuevos ritmos que las bandas ya aprendieron a tocar. Pero Jorge Lépez también avanza a tientas en este otro mundo que, a nosotros, habitantes de las ciudades, de los barrios limpios de las ciudades nos parece sorprendente, incomprensible. Un mundo de signos indescifrables y que, quizá, no vale la pena descifrar. ¿Acaso sirvieron de algo los pseudo estudios de las décadas pasadas? ¿Acaso la memoria se quedó para siempre en los libros? Por ellos Jorge se aparta diametralmente de los lugares comunes de la nostalgia fotográfica, de esta manera única, y no desprovista de cursilería, de preservar cierta imagen idealizada del México rural, del México folklórico. Esto incluye la manera misma de fotografiar: Jorge Lépez abandonó las reglas de un género (la fotografía indigenísta) que hasta hace muy poco aún imperaba. Es decir: no le interesa acumular en sus imágenes un máximo de información visual, con el fin de situar a los sujetos en su ámbito geográfico, social y étnico. Nada de poses esterotipadas, de detalles de indumentaria o de vestimenta. Menos aun fiestas, danzas, rituales. Sus fotografías, sin embargo, tampoco hacer el juego de una forzada artisticidad, no encajan estrictamente en esta poesía de lo mexicano que denunciaban en sus textos, hace ya varios años, tanto Carlos Monsiváis como Lourdes Grobet, pero sigue teniendo adeptos, y éxito en el ámbito internacional. Jorge Lépez evita los efectos, los manierismos, esta melcocha de luces y sombras graduadas que sitúa a los indígenas en el tiempo sin tiempo de su presupuesta condición existencial. Jorge Lépez parece fotografiar de prisa, sin pensar demasiado sus imágenes. No quiero decir con esto, que toma fotos sin pensarlas, sin meditarlas. La prisa proviene de, en este caso del movimiento, del intento de capturar algo quizás demasiado fugaz. Esto otorga a sus imágenes una apariencia de inestabilidad. Resulta a veces difícil disernir cuál es el objeto real de estas fotografías descentradas, vaciadas en su parte media (la que corresponde a su punto de interés), en la que los elementos compositivos y los personajes surgen en las márgenes, irrumpiendo de manera casi imprevista en la imagen. Curiosamente, esta manera de proceder –que quizás significa la timidez del autor ante el objeto impredecible– recuerda las angulosas composiciones de la fotografía constructivista de la época de las vanguardias, y particularmente, de las que realizaron los fotógrafos de la naciente Unión Soviética. En aquél entonces, las agresivas composiciones organizadas en base a fuertes diagonales, se ofrecía como metáfora de la dinámica de un mundo en (re) construcción. El paralelismo, quizás, no es del todo casual: Jorge Lépez, en efecto, fotografía un mundo negado durante varios siglos, y luego idealizado por la mirada ajena, pero que se descubre, finalmente a sí mismo, toma las riendas de sus destinos e inventa ahora los modos en que quiere ser visto y comprendido por los demás. Jorge Lépez describe el mundo rural de México en su última mutación, más desgarrado que nunca entre la poesía de lo intangible que lo ha caracterizado, y la nueva y cruda realidad de su reconstrucción. Sierra Zapoteca En 2022 recibió el apoyo de la Fundación ESRU para editar la Colección Sierra Zapoteca. En 1990 y 1991 recibió la beca para Jóvenes Creadores del Fondo nacional para la Cultura y las Artes. Se ha expuesto en la Ciudad de México, Veracruz, Oaxaca, México. Albuquerque y el Paso, EUA. Parte del trabajo se expuso en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey y en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, en la sección de fotografía de la exposición Hechizo de Oaxaca, curada por Graciela Iturbide, y en el festival Europalia 1993, Holanda; las fotos de estas dos últimas sedes se donaron al Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca. La exposición Sierra Zapoteca forma parte del acervo del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo en Oaxaca.
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